Democratizar la comunicación y comunicar la democracia.
Por Facundo Castro
El proyecto de ley de servicios audiovisuales de comunicación, que ingresó en el Congreso de la Nación este jueves 27 de julio, lleva implícito el presagio de una nueva y difícil batalla parlamentaria, tanto por la magnitud de los interés que resultarían afectados por su eventual vigencia, como por la importancia que reviste su aprobación para la calidad del proceso democrático argentino. Los medios de comunicación han logrado durante los 26 años que llevamos de democracia ininterrumpida, acrecentar su poder como formadores de la opinión publica y escapar al cuestionamiento social, en el orden tanto de la conformación de las sociedades empresarias que lucran con esa actividad, como en la metodología de los procesos comunicacionales y en la calidad y regulación de los mismos. En los últimos cinco años, pero sobre todo en el ultimo año y medio, se evidencio para cualquiera que se haya propuesto observar con cierto nivel critico las coberturas periodísticas de los noticieros, radiales y televisivos; que estos lejos de proponerse informar a la sociedad de sus problemas cotidianos, seleccionan una serie de noticias que organizan con espíritu opositor e intencionalidad dirigida a desgastar a un gobierno que pretende acotar sus márgenes de maniobra y la magnitud de su poder.
Amparados en el santo principio de la “libertad de expresión”, se envuelven en un manto de servidores públicos y de objetividad comunicacional, con el que pretenden excluirse de todo debate social, y que solo un gobierno “despótico” de “setentistas autoritarios” osaría cuestionar. Aunque ningún ente regule el tipo y calidad de su información, clamaran que no hay libertad de expresión, aunque no haya legislación alguna contra la conformación de monopolios en una actividad tan importante y considerada un derecho humano como la comunicación, pondrán el grito en el cielo afirmando que no hay libertad de expresión y que el Gobierno los ataca; aunque no haya organismo alguno que controle lo fidedigno de la información con las cuales arman sus noticias, no se cansaran de decir que no hay libertad de expresión, no les faltara hipocresía y cinismo para ofrecer el paradójico espectáculo de denunciar la “censura” por todos los medios de los que disponen, supuestamente censurados
Pero al servicio de quienes están estas grandes empresas comunicacionales, estos grandes lucradores de la información, que otorgan horas de cobertura televisiva a asesinatos y secuestros, que infestan las pantallas con programas banales de chimentos y entretenimiento fácil. Por el contrario de lo que ellos afirman en sus emisiones, sus clientes no son ni los oyentes de sus radios, ni los televidentes de sus emisiones de TV, ni los lectores de sus diarios y revistas; sus clientes son sus auspiciantes, los que llenas los espacios publicitarios de donde obtienen caudalosos ingresos. Ellos venden televidentes, lectores y oyentes, como mercancía a sus reales clientes los auspiciantes, que mas pagaran por el espacio publicitario de un programa que tenga mayor rating, no importa de que se trate, importa la cantidad de espectadores, esto es lo que determina el precio del espacio, la cantidad de espectadores que vende y a los cuales llegan su publicidad, lo demás es relleno. La Nación vende consumidores de alto nivel, Clarín de clase media, Crónica de clases bajas, etc., la lista es enorme. Ningún medio de comunicación actuara en contra de sus auspiciantes, de la misma manera que ningún empresario iría en contra de sus propios clientes, esto equivaldría el suicidio.
Ellos difunden la información que mas conviene a sus intereses, ellos regalan información a todo quien tenga la posibilidad de prender una tele o escuchar una radio o leer un diario, al alcance casi de cualquiera. Regalan información barata, sencilla, lo suficientemente pequeña como para que entre en los 10 minutos de noticiero que hay entre tanda y tanda, o en lo que queda de las páginas de diarios y revistas que no fue seleccionado para publicidad, con la finalidad de atraer espectadores. La información valiosa es guardada y cobrada, hasta el futbol debía ser pagado aparte. Y si la información y el tiempo en el aire tienen un valor que debe ser pagado, solo accederá el sector que tenga el dinero, solo quien pueda pagar el espacio saldrá al aire. Así la información también se convierte en una mercancía con valor propio, así las clases altas dueñas de grandes riquezas, se adueñan de la información. ¿Dónde esta la libertad de expresión? ¿Tiene la misma capacidad de hacer oír sus reclamos en los medios la Comunidad Toba que los miembros de la Mesa de Enlace? ¿O las madres del paco tienen mas cobertura de la que gozo Carlos Blumberg?¿Un rico tiene iguales posibilidades de exponer su propuesta política que un pobre? Mientras exista una ley que solo permita medios de comunicación con finalidades de lucro, las respuestas a estas preguntas, continuaran siendo negativas.
Es fundamental para el mejoramiento de la calidad democrática, destinar la acción política al apoyo de la aprobación de la nueva ley de servicios audiovisuales, que fomenta los medios públicos y cooperativos, que garantiza un acceso igualitario a todos los sectores de la vida argentina a medios de comunicación alternativos al de las grandes compañías, una ley que prohíbe el monopolio, para que el monologo del discurso único de los poderosos sea remplazado por la pluralidad de voces, de ricos y pobres. Democratizar la comunicación, es abrir el debate de como queremos ser, de cómo queremos seguir, es conocernos a nosotros mismos en cada rincón del país, es darle voz a los que siempre estuvieron cayados; comunicar la democracia es poner en la era de las comunicaciones, el desarrollo tecnológico en función de la difusión de los conocimientos culturales, educativos, económicos y sociales a los cuales todo argentino tiene derecho, y de los cuales se ve privado hasta ahora. Es quitarles el monopolio de elementos comunicacionales tan extraordinarios como la radio y la TV, a quienes sea han hecho ricos y poderosos con el hambre y la ignorancia de los argentinos.
El proyecto de ley de servicios audiovisuales de comunicación, que ingresó en el Congreso de la Nación este jueves 27 de julio, lleva implícito el presagio de una nueva y difícil batalla parlamentaria, tanto por la magnitud de los interés que resultarían afectados por su eventual vigencia, como por la importancia que reviste su aprobación para la calidad del proceso democrático argentino. Los medios de comunicación han logrado durante los 26 años que llevamos de democracia ininterrumpida, acrecentar su poder como formadores de la opinión publica y escapar al cuestionamiento social, en el orden tanto de la conformación de las sociedades empresarias que lucran con esa actividad, como en la metodología de los procesos comunicacionales y en la calidad y regulación de los mismos. En los últimos cinco años, pero sobre todo en el ultimo año y medio, se evidencio para cualquiera que se haya propuesto observar con cierto nivel critico las coberturas periodísticas de los noticieros, radiales y televisivos; que estos lejos de proponerse informar a la sociedad de sus problemas cotidianos, seleccionan una serie de noticias que organizan con espíritu opositor e intencionalidad dirigida a desgastar a un gobierno que pretende acotar sus márgenes de maniobra y la magnitud de su poder.
Amparados en el santo principio de la “libertad de expresión”, se envuelven en un manto de servidores públicos y de objetividad comunicacional, con el que pretenden excluirse de todo debate social, y que solo un gobierno “despótico” de “setentistas autoritarios” osaría cuestionar. Aunque ningún ente regule el tipo y calidad de su información, clamaran que no hay libertad de expresión, aunque no haya legislación alguna contra la conformación de monopolios en una actividad tan importante y considerada un derecho humano como la comunicación, pondrán el grito en el cielo afirmando que no hay libertad de expresión y que el Gobierno los ataca; aunque no haya organismo alguno que controle lo fidedigno de la información con las cuales arman sus noticias, no se cansaran de decir que no hay libertad de expresión, no les faltara hipocresía y cinismo para ofrecer el paradójico espectáculo de denunciar la “censura” por todos los medios de los que disponen, supuestamente censurados
Pero al servicio de quienes están estas grandes empresas comunicacionales, estos grandes lucradores de la información, que otorgan horas de cobertura televisiva a asesinatos y secuestros, que infestan las pantallas con programas banales de chimentos y entretenimiento fácil. Por el contrario de lo que ellos afirman en sus emisiones, sus clientes no son ni los oyentes de sus radios, ni los televidentes de sus emisiones de TV, ni los lectores de sus diarios y revistas; sus clientes son sus auspiciantes, los que llenas los espacios publicitarios de donde obtienen caudalosos ingresos. Ellos venden televidentes, lectores y oyentes, como mercancía a sus reales clientes los auspiciantes, que mas pagaran por el espacio publicitario de un programa que tenga mayor rating, no importa de que se trate, importa la cantidad de espectadores, esto es lo que determina el precio del espacio, la cantidad de espectadores que vende y a los cuales llegan su publicidad, lo demás es relleno. La Nación vende consumidores de alto nivel, Clarín de clase media, Crónica de clases bajas, etc., la lista es enorme. Ningún medio de comunicación actuara en contra de sus auspiciantes, de la misma manera que ningún empresario iría en contra de sus propios clientes, esto equivaldría el suicidio.
Ellos difunden la información que mas conviene a sus intereses, ellos regalan información a todo quien tenga la posibilidad de prender una tele o escuchar una radio o leer un diario, al alcance casi de cualquiera. Regalan información barata, sencilla, lo suficientemente pequeña como para que entre en los 10 minutos de noticiero que hay entre tanda y tanda, o en lo que queda de las páginas de diarios y revistas que no fue seleccionado para publicidad, con la finalidad de atraer espectadores. La información valiosa es guardada y cobrada, hasta el futbol debía ser pagado aparte. Y si la información y el tiempo en el aire tienen un valor que debe ser pagado, solo accederá el sector que tenga el dinero, solo quien pueda pagar el espacio saldrá al aire. Así la información también se convierte en una mercancía con valor propio, así las clases altas dueñas de grandes riquezas, se adueñan de la información. ¿Dónde esta la libertad de expresión? ¿Tiene la misma capacidad de hacer oír sus reclamos en los medios la Comunidad Toba que los miembros de la Mesa de Enlace? ¿O las madres del paco tienen mas cobertura de la que gozo Carlos Blumberg?¿Un rico tiene iguales posibilidades de exponer su propuesta política que un pobre? Mientras exista una ley que solo permita medios de comunicación con finalidades de lucro, las respuestas a estas preguntas, continuaran siendo negativas.
Es fundamental para el mejoramiento de la calidad democrática, destinar la acción política al apoyo de la aprobación de la nueva ley de servicios audiovisuales, que fomenta los medios públicos y cooperativos, que garantiza un acceso igualitario a todos los sectores de la vida argentina a medios de comunicación alternativos al de las grandes compañías, una ley que prohíbe el monopolio, para que el monologo del discurso único de los poderosos sea remplazado por la pluralidad de voces, de ricos y pobres. Democratizar la comunicación, es abrir el debate de como queremos ser, de cómo queremos seguir, es conocernos a nosotros mismos en cada rincón del país, es darle voz a los que siempre estuvieron cayados; comunicar la democracia es poner en la era de las comunicaciones, el desarrollo tecnológico en función de la difusión de los conocimientos culturales, educativos, económicos y sociales a los cuales todo argentino tiene derecho, y de los cuales se ve privado hasta ahora. Es quitarles el monopolio de elementos comunicacionales tan extraordinarios como la radio y la TV, a quienes sea han hecho ricos y poderosos con el hambre y la ignorancia de los argentinos.
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